11 mar 2014

Sin mediar palabra

El microrrelato de hoy está inspirado en un hecho real. Ha dado la casualidad que la escena se inspiró en una estación de tren, y que hoy es el décimo aniversario del fatídico 11 de Marzo de 2004. Normalmente intento cambiar las circunstancias en que desarrollan los microrrelatos y diferenciarlas de las escenas que las inspiraron para darles una naturaleza propia. Pero esta vez, creo que es acertado que respete el lugar de ambientación, una estación de tren. La primera idea al ver la coincidencia de la fecha con el microrrelato que tocaba, era haber creado una historia parecida a la canción de Jueves, de la Oreja de Van Gogh. Sin embargo no escribí una historia similar porque considero que la historia de la canción está bien llevada, así que quise escribir otra historia. Quise aprovechar y darle otro enfoque, un enfoque distinto del inicial y que no recordarse la tan triste fecha. Por ello cambié el final, y los dos personajes acaban bajando del tren. Mas nunca llegaron a conocerse, como sucedió con muchos que subieron a alguno de los trenes aquel día. Este es mi sentido homenaje a aquellas personas que tomaron uno de esos trenes.



Él escribía en un pequeño cuaderno. Estaba sentado en un banco, apartado de los grupos de personas que se congregaban para esperar el tren. Como él, había más personas, no escribiendo, pero si apartadas y solitarias en la multitud. Todos esperaban a que llegase uno u otro tren para subirse a él y dirigirse a algún lado concreto. Levantó la vista de su cuaderno para mirar a lo lejos, para buscar inspiración para lo que escribía, y en ese momento se abrió la puerta automática. Se había abierto porque había llegado ella, una chica de pelo rubio. El sensor había reaccionado como reaccionaba con cualquier otra persona y activó el mecanismo de apertura. La chica rubia entró por la puerta y, sin mediar palabra, se sentó al lado del chico solitario. Él desvió ligeramente la mirada para mirarla de reojo. Lo suficiente para distinguir quién se había sentado a su lado, pero no para pensar que se quedaba mirando a esa persona. Ella no le miró más allá de un primer momento en que se situó a su lado. Tampoco le saludó, no quería molestar a ese chico que escribía en un cuaderno. Él tampoco se atrevió a saludarla. Así era la sociedad, los buenos modales se habían camuflado bajo la excusa de no querer molestar. Y aquellas dos personas, que podrían haber llegado a ser buenos amigos, subieron al mismo tren, se bajaron en la misma estación, pero en ningún momento se dirigieron palabra alguna. 

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