Podía ver las nubes a pocos metros sobre ella, distinguir
sus formas y como se movían. Lo hacían lentamente, teniendo tiempo de sobra
para imaginar cada una de las figuras. En una vio un pájaro, en otra vislumbró
una flor. Mirar las nubes la relajaba y la permitía evadirse de los problemas
en su casa. Pero sabía que ahí estaban, y que volvería a ellos cuando regresase
a su hogar, si es que así podía llamarlo. Si tan sólo pudiese hacer eterno
aquel momento y paz y sosiego, sería tan feliz… Pero no podía, el tiempo pasaba
y llegaba el momento de regresar a su casa.
Regresaba a su casa caminando y cavilando en lo
maravilloso que sería todo si no existiesen sus problemas. Caminaba como una
autómata ensimismada en sus pensamientos. Miraba sin observar y avanzaba sin
ganas. Cuando fue a cruzar la carretera por el paso de cebra, miró una única
vez. Venía un coche, pero tenía suficiente para pasar sin peligro, o eso calculó
con aquel único vistazo. Y fue así con el coche que vio, pero con el del otro
lado, la cosa fue muy diferente. Faltó muy poco para que en aquel momento sus
problemas se hubiesen desvanecido. El conductor del camión había desviado su
mirada el tiempo suficiente para no ver a la viandante que se encontraba en su
camino. Mas por suerte para ella, bastó un grito para despertarla y hacer que
se parase antes de que el camión se la llevase por delante. Se quedó detenida
en el paso de cebra, con el pulso acelerado y el coche que había parado
esperando. Miró, atrás y vio a quien le había gritado. Era un hombre mayor al
que había visto alguna que otra vez paseando por la zona.
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