Ya es Jueves, y esta semana sí que traigo relato, sin retrasos. Tenía planificado otro, pero me apetecía escribir algo de un tono más agradable, así que he decidido cambiar la historia. Espero que os guste.
Si alguno cree que me he olvidado de la continuación de Isabel y Gálivich, está equivocado. Pero no tengo
demasiado tiempo para escribir, y quiero hacerlo bien.
Y ya está, hoy no me enrollo mucho porque voy a salir a que me dé un poco el aire y tal. Como siempre, espero que el relato os guste.
Se hacía llamar Riley Braveheart, héroe y amante de
doncellas. Llegaba a los pueblos a lomos de un buen corcel. Sus ropajes eran
bellos y bien engalanados. Dominaba la poesía de los mejores trovadores. Y se
contaba que su espada era tan veloz como el rayo. Su fama era mucha y a cada villa
que llegaba, ésta siempre la precedía. Siempre llegaba algún trovador a contar
sus grandes hazañas. Cantaba cómo derrotó a un minotauro, como conquistó el
corazón de una princesa de las tierras del norte, o cómo luchó con gran coraje
contra un temido dragón. Los aldeanos al verle llegar, se maravillaban al ver a
tan gran héroe y le ofrecían los más exquisitos manjares, y las muchachas son
más inocentes corazones. Normalmente Riley Braveheart tenía el buen gusto de compartir
los obsequios de los lugareños con el trovador con el que casualmente coincidía
cuando arribaba a los distintos pueblos. En alguna ocasión, los nativos del
lugar, al verle llegar le pedían su ayuda, y el héroe gustosamente se la
prestaba a cambio de un pequeño anticipo por su loable trabajo.
Más allá del río, internándose en el bosque y en la
pared de un barranco, vivía el terrible ogro que comía ganado y asustaba a las
gentes del lugar. Se trataba del reciente trabajo de Riley Braveheart. Había
aceptado aquella empresa a cambio de las 50 monedas de plata adelantadas, y de las
posteriores que recibiría cuando entregase la cabeza del monstruo. Junto a él
iba su compañero de andanzas, su amigo de aventuras, el trovador que cantaba su
fama. Porque no era casualidad que uno llegase después del otro, estaba todo
planeado. Así se ganaban la vida desde hace años. Pocas veces sus trabajos le
salían bien, pero entre adelantos, aderezos, y la inestimable ayuda de su
trovador particular, Braveheart había conseguido una buena fama.
—Oye, ¿los ogros de día eran de piedra no?
—No, ésos son los trolls. Si les da la luz del sol
se convierten en piedra.
—¿Entonces, los ogros cuándo duermen?
—De noche imagino.
—¿Seguro? Espera que me cerciore.
Riley se acercó a la entrada de la cueva y se asomó
a ella. Oía ronquidos provenientes de su interior, así que se acercó a su
amigo.
—Está durmiendo.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer.
Cogió la espada y se internó en la cueva con la
intención de darle muerte antes de que se despertase. El trovador ya estaba
pensando en cómo cantaría aquella hazaña. Diría que luchó con los brazos desnudos
contra el temible monstruo, que era tan grande como un árbol. Contaría que
logró hacerse con su espada en el momento justo en el que el ogro estaba a
punto de aplastarle. Se salvaría clavando su espada en el corazón del ser. Se
bebería la sangre que brotase de la herida y gracias a ello, sería más fuerte
que cualquier humano. Sí, era una buena historia.
Braveheart salió corriendo de la cueva.
—¡Corre que viene!
No tuvo que hacerse mucho de rogar para ponerse en
marcha. Su amigo había salido a toda prisa de la cueva, eso sólo significaba
una cosa, nuevamente había vuelto a salir mal la jugada. Ya estuvo a punto a de
ser atrapado una vez por un minotauro, no quería vivir una experiencia similar
con un ogro.
Riley y el trovador no volvieron a aquel pueblo,
pero la fama del héroe siguió creciendo gracias a la derrota del temible ogro,
grande como un árbol y víctima de su certera espada.
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