Ayer os prometí el relato que no colgué. Tenía pensado escribir sobre algo diferente. De hecho esta tarde aún seguía pensando en escribir algo distinto. Pero, aprovechando la triste ocasión, he querido rendir un pequeño homenaje a mi manera a Gabriel García Márquez. He usado el comienzo de una de sus obras más conocidas (la que por lo visto era su preferida), y a partir de allí he escrito un relato intentando incluír en él el realismo mágico. Espero que os guste mi humilde homenaje. Como lo acabo de escribir no he podido hacer una revisión muy profunda, así que lamento si se me ha colado algún error.
Era inevitable:
el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores
contrariados. Era abogado, muchas veces su trabajo consistía en asesorar a uno
de los dos miembros de la pareja cuando se producía la ruptura legal. Vivía en
una eterna contradicción, él era una romántico, de esos que aún creían en el
amor verdadero. Sin embargo, ayudaba a las parejas a separarse. No es auténtico
amor lo suyo, decía para justificarse en la intimidad de su casa. Tras ello,
tomaba un par de almendras amargas, una drupa por cada uno se los antiguos
amantes. Tenían un sabor desagradable y le producían náuseas, por eso las
ingería. Las primeras veces, cuando empezó con su peculiar hábito, tenía que
escupirlas, pero con el tiempo logró acostumbrarse. Era su peculiar castigo por
atentar contra el amor, por justificar su acción, y porque no le gustaba lo que
hacía. Pero eran tiempos de crisis, y tenía que agarrarse a lo que podía para
llevar dinero a casa. En su hogar, le esperaba Laura, el fantasma de un amor
pasado. Con ella compartía las solitarias noches de cada viernes mientras
acompañaba la velada con una taza de té.
Al día
siguiente, tenía que reunirse con una nueva pareja para acordar de manera
amistosa los términos de la separación. Aquel tipo de encargos al menos le
producía cierto consuelo, porque al menos parecía que los rescoldos del amor
impedían una ruptura violenta. Cerró los ojos y concilió el sueño, como cada
noche intentó recordar qué era el amor y se durmió pensando en que iba ayudar a
apagar una llama. No le agradaba lo que hacía en su trabajo, pero lo hacía
porque era lo que necesitaba hacer.
Se reunió por la
mañana con sus clientes. Firmaron el acuerdo clásico. Tenían un niño, la madre
viviría con él de lunes a viernes y el padre los fines de semana. Por la tarde
no tenía ninguna reunión más y prefirió perderse por las calles de la ciudad. Deambulaba
con las manos metidas en los bolsillos. Veía a las parejas de jóvenes ir juntos
y se preguntaba cuánto durarían aquellas relaciones. De vez en cuando se le
podía ver detenido, observando como caminaba agarrada de las manos alguna
pareja de ancianos. Les miraba y sonreía para sus adentros, aquel tipo de
relación es la que le hubiese gustado tener, con una llama duradera y auténtica.
Al llegar a su
casa, abrió el paquete de almendras amargas. Tomó un par y rompió las cáscaras
que las cubrían. De nuevo aquel olor, de nuevo aquel sentimiento. Se las comió
y se lamentó de su trabajo nuevamente. No tardó mucho en sentir náuseas, poco
después vino una leve hipotermia. Era la primera vez que las almendras le
provocaban esa sensación. Por un momento deliró y se sintió un poco Romeo
muriendo por amor. Mas no era el beso a su Julieta el que le provocaba su mal.
Se arropó lo mejor que pudo para combatir el frío y deseó cambiar de vida. No
quería seguir ayudando a romper a las parejas. Sabía que no era lo suyo desde
hace tiempo, por eso tomaba las drupas amargas a modo de penitencia. Al ver que
no se le pasaba, estuvo tentado de coger el teléfono y llamar a una ambulancia.
Entonces probó el beso de su Julieta, un beso en los labios de un antiguo amor
ya muerto y cayó rendido en un profundo sueño que no pudo combatir.
Se despertó por
la mañana, cogió el paquete de almendras amargas y lo tiró a la basura. Decidió
no volver aceptar ningún trabajo que involucrarse romper una pareja, estuviese sus
miembros de acuerdo o no. Cogió el teléfono y llamó a un colega de trabajo,
habló con él para que llevase los divorcios que actualmente tramitaba.
Posdata: ¿Habéis podido identificar la obra de la que he sacado la primera frase? Estoy seguro que sí.
Yo aún no leo esa novela de Gabriel García Márquez, pero sin duda es un relato muy bueno, pobrecillo del protagonista, pero que bueno que al final se decide a dejar de hacer lo que lo hacía sentir mal.
ResponderEliminarAún tienes tiempo para leerla, así que no hay de qué preocuparse. El final del relato cambió conforme lo escribía la verdad jeje.
ResponderEliminarUn beso y un abrazo.