25 sept 2014

El humano y el duende

Bueno, tras dejar abandonado el blog por una semana, aquí vuelvo. Me ha costado escribir esta historia porque no sabía ni qué quería escribir. Estaba saturado y al final he dejado la mente en blanco. Me he puesto a hacer otras cosas y luego he comenzado a escribir una escena. Dicha escena no es la que os he puesto ahora aquí, así que seguramente esta historia tenga continuación, sólo tengo que saber llegar a esa escena. Ya sé que prometí también la continuación de Gálivich, peeeeero... bueeeeeeno... eeeeesto... no, no me he olvidado de ella, la he dejado un poquito de lado (lo admito). Pero no está abandonada ehh, sólo pausada.  No me entretengo más.

Bueno un poquito sí. Quiero recordar que mañana es el Festival de Fantasía de Fuenlabrada y mañana participo yo. El sábado también estará, así que si os podéis pasar alguno de los dos días estaría bien. Si ya venís mañana y compráis un ejemplar de Hisnal, hasta os lo dedico jeje.

Y ahora sí, la historia.

El humano y el duende.

Él era un simple humano que había aprendido a manejar la espada para poder ganarse la vida. Su amigo y compañero era un duende de otras tierras. Se habían conocido en un puerto al que el pequeño ser había arribado. Fran, el humano, aún recordaba el clima que hacía. Era un día ventoso y el puerto estaba casi vacío porque los marineros, o habían salido ya a faenar, o no tenían pensado hacerlo. Escuchó ladrar a un perro, y se acercó con cierta curiosidad. Y entonces ahí vio a Hilu, subido a unas cajas sin apartar la vista del animal y buscando con la mirada alguna vía de escape que no encontraba. Fran gritó y lanzó un guijarro cerca del animal para asustarle, éste se giró en su dirección y al verle aproximarse armado con otra piedra, echó a correr. El duende, paralizado por el miedo, permaneció subido a las cajas un rato más.

—Baja, ya se ha ido –le comunicó él con una sonrisa en la cara y tendiéndole los brazos–.


El ser menudo le miró atentamente y acabó cediendo a la petición del humano. Saltó hacia los fuertes brazos del joven para, acto seguido, alcanzar el suelo. Luego, echó a correr en dirección opuesta a la que el cánido había tomado hace tan sólo unos instantes. Fran le vio alejarse, pero no hizo por seguirle. Había escuchado historias de duendes caseros y de duendes salvajes, y dedujo que debía tratarse de un duende salvaje.

Unos días más tarde, sus caminos se volvieron a cruzar cuando, saliendo de la ciudad, el muchacho se sintió observado y siendo perseguido. Temiendo encontrarse con una posible emboscada de algún tipo de bandido, simuló tranquilidad hasta que distinguió movimiento a tan sólo unos pasos detrás de él. Seguro de que se trataba de un posible ataque, se giró presuroso con intención de parar el brazo que empuñase un arma. Pero no había tal brazo, ni tal arma, sino que se trataba del duende que le estaba siguiendo y que ya se había aburrido de permanecer oculto. Cuál fue la sorpresa del ser menudo, cuando vio al humano, considerablemente más alto que él, darse la vuelta tan bruscamente y lanzarse al vacío. Fue tal su susto, que dio un respingo y retrocedió unos cuantos pasos. El chico sólo se percató de que se trataba del duende cuando vio que algo se movía no muy lejos de sus pies.

—¿Eres tú de nuevo? ¿Quieres venir conmigo?

El duende se le quedó mirando fijamente y con precaución ante un nuevo movimiento brusco.

—Ten, toma.

Fran sacó algo de pan que llevaba a mano en su bolsa de viaje, partió un trozo y se lo lanzó al duende. Hilu miró atentamente el trozo que acababa de caer al suelo.

—Está bueno, mira.

El humano partió otro pedazo de la pieza de pan que había sacado y comenzó a comérselo. El ser menudo tomó la ración que le había sido entregada e imitó al humano.  

—Me llamo Fran, ¿y tú?
—Hilu –respondió él, conocedor del lenguaje de los humanos–.


Así fue como un duende y un humano iniciaron juntos un nuevo viaje que fraguaría en una profunda amistad.




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