El oriental
esperaba sentado en la estación de tren a que llegase su amigo. La
gente pasaba a su lado, sin detenerse en su presencia, ni en la presencia de
nadie más de su alrededor. Él sin embargo se entretenía observando cómo iban y
venían las personas. Desde el banco donde se encontraba veía a la gente montar
en los vagones de los trenes que iban llegando, y a otros que se bajaban de
ellos. Observaba ir y venir a las diferentes personas, pero no las retenía en
su memoria, pues ninguna de ellas era a quien esperaba.
Tuvo que
esperar bastante hasta que vio su amigo. Llegó disculpándose por el retraso. Lo
hacía en su idioma nativo, un lenguaje que ningún viajero ocasional de los que
pasaban por su lado hubiese entendido si se hubieran molestado en escucharle.
El paciente amigo aceptó sus disculpas y le perdonó por su retraso. Luego ambos
aguardaron a otro tren que tardó poco tiempo en llegar. Subieron en el vagón y
se sentaron en unos de los asientos cercanos a la puerta. Se escuchó el pitido
del tren que comunicaba que éste iba a emprender su marcha y las puertas se
cerraron. El vehículo arrancó y los dos amigos partieron hacia su destino.
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