La vasija
(reescrito)
Él se presentó en la casa de su anciano amigo porque
éste le había llamado. Era un hombre mayor, un escritor de relatos infantiles
que siempre se había llevado bien con los niños y que mantenía amistad con un
grupo selecto de adultos. Él era uno de ellos, un escritor que en sus comienzos
se había introducido en aquel mundillo por la fascinación que le causaba el
hombre. Él había cultivado gran variedad de géneros, siempre siguiendo la
estela de los más vendidos del momento, esperando poder así dar el pelotazo.
Últimamente se encontraba algo frustrado porque, por más que lo había
intentado, sus ventas habían sido siempre muy modestas, y aquel ansiado golpe
de efecto, quedaba muy lejos. Fue por ello por lo que no dudó en visitar a su
buen amigo, quien le había dicho que podía tener la solución a sus problemas.
Él pensaba que se trataría de algún tipo de colaboración, pero cuando vio al
anciano trayéndole una vasija, se sorprendió bastante.
—¿Crees en los duendes? –fue la pregunta que el
anfitrión formuló cuando se sentó frente a él, sujetando una vieja vasija de
arcilla que estaba sellada–.
—¿En duendes? Son seres de cuentos de hada.
—¿Eso significa que no crees en ellos?
—Creo en ellos en tanto y cuanto escribo sobre
ellos, pero no más allá. Son seres creados por el ser humano para entretener a
los niños.
—Yo no opino igual, déjame que te explique porqué.
Un día, en un viaje en busca de nuevas fuentes de inspiración, me topé con un
hombre. Me había invitado a su casa al saber que buscaba historias sobre hadas
y duendes, y sobre viejas leyendas. Me narró alguna que otra, pero no fue lo
único que hizo por mí. Me enseñó una vasija, esta vasija, y me habló sobre
ella. No es una vasija normal, pues en su interior habita el espíritu de cierto
duende que fue sellado por un druida. Desde entonces ha ido pasando de mano en
mano, hasta hoy día que ha llegado a las mías. Algunos de sus dueños han sido
dichosos y afortunados. Otros han sido desgraciados y nada se sabe de sus
nombres, pues la locura toca a aquel que se atreve a mentarles al contar su
desdicha. ¿Hasta aquí me sigues?
—Sí, por supuesto. Es un buen cuento de hadas.
—No lo entiendes, no estoy aquí contándote un
cuento, te estoy contando una historia real –hizo especial énfasis en la
palabra “real”–.
—Vale, puedo ver que al menos la vasija es real.
—No sólo la vasija, también el espíritu del duende y
hasta donde yo sé, todo lo demás. El caso es que esta vasija tiene que pasar de
una mano a otra, el duende jamás puede quedarse sólo, es más, nunca se quedará
solo, pues siempre buscará un dueño. Sin embargo, si nadie advierte al nuevo
dueño, el duende puede causar desgracias en vez de dicha. Hay ciertas normas
que se han de seguir para que el espíritu se porte adecuadamente y no se
enfade.
—¿No se le debe dar de comer después de la
medianoche?
—No es eso. El dueño de la vasija debe saludar cada
mañana al espíritu de su interior y despedirse de él cada noche, antes de irse
a dormir. No debe abandonar la vasija jamás –hizo un nuevo énfasis en esta
última palabra–. Tampoco debe agitarla bruscamente o pasearla de mano en mano,
pues esto podría perturbar al ser de su interior.
—Vamos, que no hay que marear al espíritu del duende
–apuntó él con sorna–.
—Exactamente –verificó el anciano sin notar el matiz
sarcástico de su amigo–. A cambio de estos cuidados, el duende de la vasija,
cumplirá los deseos de su dueño, siempre y cuando considere que así debe ser.
—Así que el duende hace lo que le place aunque le
cuides.
—Sí y no. No has de olvidar que es un duende y que
se rige por otras leyes diferentes a las de los humanos. De todas maneras, a mí
nunca me ha causado ningún problema grave.
—¿Le has pedido alguna vez algún deseo?
—Por supuesto que sí. Alguna vez le he pedido que
ayude a curar a alguien, o que me ayude con mis historias.
—Así que tu éxito literario proviene del duende,
ehhh –dijo en tono de broma–.
—No, pero sí. Ya escribía y publicaba antes de tener
la vasija, pero te mentiría si te dijese que el duende no me ha ayudado alguna
que otra vez. Por eso te he hecho venir. Yo ya estoy mayor, y quiero hacerte
entrega de la vasija, para que el duende te ayude a ti. Pero por favor, haz
caso de los consejos que te he dado.
El anciano entregó la preciada vasija a su amigo. Él
la cogió y aceptó con cierto aire de incredulidad. No terminaba de cuajar en él
aquella historia, pero no perdía nada aceptando aquel obsequio. Si la historia
era verdadera podría hacerse rico con la escritura, o incluso con la lotería y
escribir sólo cuando quisiese. Continuó departiendo con su amigo un buen rato,
hasta que se retiró a su casa para ir a descansar. Esa noche colocó la vasija
en una repisa y se despidió del duende antes de irse a acostar, tal como le
había indicado el anciano.
A la mañana siguiente, saludó al duende y salió a
comprar un billete de lotería. Estaba dispuesto a probar el efecto del duende
con el sorteo. No compró el billete para aquel mismo día, sino que decidió
apuntar a uno de los sorteos que repartía un premio de los más suculentos, pero
que se celebraba en un par de días. Con su billete en el interior de la
cartera, regresó nuevamente a su casa para mostrárselo al duende y pedirle que
cumpliese su deseo. Luego se dispuso a continuar con una novela que ya tenía
comenzada. Sabía muy bien qué pauta debía seguir para escribirla y hacia dónde
quería dirigir la trama para ser partícipe del auge que el género estaba
experimentando en aquella época. Como tenía al duende cerca, aprovechó para
solicitarle creatividad extra para romper la negación de escribir que la
frustración le había provocado. Para su sorpresa, apenas transcurridos unos
minutos de empezar a escribir, la inspiración pareció iluminarle. Escribió más
de lo que esperaba sobre su historia acerca de una mujer gata que controlaba a
los felinos. Satisfecho por su gran avance, quiso descansar y disfrutar del
resto del día. Pensó que ahora que contaba con la ayuda del duende podía
escribir cuando quisiese. Al final, parecía ser cierta la historia que le había
contado su viejo amigo, pero se guardó de verificárselo. Tenía miedo de que el
anciano reclamase para sí nuevamente la vasija y perder aquella fuente de buena
suerte. Quizá, cuando ya fuese rico, o un autor de renombre, le revelaría que
estaba en lo correcto acerca de su historia. Cuando se fue a dormir volvió a
despedirse del espíritu del duende.
Repitió aquella acción hasta el día del sorteo.
Saludaba al duende por la mañana, se despedía de él por las noches, y le solicitaba
inspiración para su relato. Aun así, no pudo evitar su sorpresa cuando comprobó
aquella noche que había sido agraciado con el primer premio del sorteo. Hasta
entonces había confiado en la historia, pero siempre con escepticismo.
Eufórico, decidió salir a celebrarlo aquella misma noche. Guardó el billete de
lotería en el cajón de la mesita de noche y llenó su cartera de billetes. Sobre
lo que bebió e invitó poco voy a contar. Pero regresó embriagado a la comodidad
de su hogar, donde se sirvió otra copa antes de dirigirse a hablar al espíritu
de la vasija.
—Buenas noches duendecillo. Brindo porque me hagas
rico.
Entrechocó la copa con la vasija y se bebió su
contenido de un trago. Luego, volvió a mirar el billete de lotería y se fue a
dormir. Quizá fuese la embriaguez, o la alegría del momento, pero juró oír una
aguda risita proveniente de algún lugar de la casa. No le prestó demasiada
atención pues al día siguiente ya no se acordaba de ella. Se levantó con
jaqueca, consecuencia del descontrol de la noche anterior, y lo primero que
hizo fue abrir el cajón para buscar el billete premiado. Buscó y rebuscó por
todo el cajón, por toda la mesita, por toda la habitación, y por toda la casa,
pero no lo encontró. Frustrado y con dolor de cabeza decidió sentarse. La aguda
risita volvió a sonar proveniente de la habitación donde dormía. Corrió veloz a
buscar la fuente de aquel sonido, pero no la encontró. En vez de ello, volvió a
escucharla en otra estancia de la casa y cuando llegaba a una sala, la
escuchaba provenir de otro sitio. Corrió por toda la vivienda buscando el
origen del sonido, pero no lo encontró y era tan molesta para su cabeza que creyó
volverse loco.
De pronto, el sonido de la risita aguda provino
claramente de la vasija. Furioso, fue a levantarla. Al hacerlo, vio el billete
bajo la vasija. Todos sus males parecieron desaparecer en aquel momento. Hizo
la vasija a un lado y cogió el preciado billete. La aguda risita volvió a
escucharse y el codiciado papel, se deshizo en su mano. La ira que Él sintió en
aquel momento es complicada de explicar, pero no sus acciones. Gritó
furiosamente, cogió la vasija y comenzó a agitarla con fuerza.
—¿¡Te gusta!? ¡Ehhh! ¡¿Te gusta, maldito
desgraciado?! –decía mientras sacudía la vasija violentamente–.
Acto seguido, mientras seguía maldiciéndole, lanzó
el contenedor con el espíritu hacia una pared. Éste se quebró los pedazos de la
vasija se desperdigaron por el suelo.
—¿Ahora qué, ¡ehhh!? ¡Muéstrate ante mí maldito! ¡Ya
no te protege la vasija, voy a destruirte!
Sonó una carcajada tan estridente que obligo a Él a
taparse los oídos. A cualquier persona le habría resultado molesta, pero a Él,
con la jaqueca que padecía, le resultó dañina. La carcajada se transformó luego
en decenas de risitas agudas que sonaron por doquier de toda la casa. Él tuvo
que huir de allí y se refugió en casa de su anciano amigo. Llegó abatido de
cansancio y con las fuerzas justas para caer rendido frente a la puerta de la
vivienda. Su amigo le ayudó a alcanzar la cama y ahí descansó hasta que se
despertó. Cuando lo hizo el anciano le preguntó por lo ocurrido.
—Le he liberado… He roto la vasija. ¡Me engañó! Hizo
que me tocase la lotería y luego destruyó el billete. ¡Se ha burlado de mí!
¡Tengo que destruirlo! ¿Cómo lo mato?
—¿Le has liberado? No puedes matar a un espíritu, al
menos yo no sé cómo se podría hacer.
—Lo descubriré y acabaré con él. ¡La próxima vez no
me des regalos envenenados!
Salió encolerizado de la casa. Se dirigió a su hogar
y entró para hacerse con el ordenador. La casa estaba tranquila y los restos de
la vasija habían desaparecido. Pero el espíritu aún permanecía ahí, podía oír
una aguda risita de vez en cuando. Abrió la carpeta donde guardaba sus relatos
y maldijo al duende cuando comprobó que había sido eliminada. Ningún
informático ni técnico logró rescatarla, pues la carpeta no parecía haber
existido nunca. Buscó exorcistas, médiums y demás profesionales para librarse
del duende, pero no logró conseguirlo. Acabó trasladándose a un pequeño piso,
pero aún persistía aquella risita.
En su nueva vivienda notó que los gatos le miraban
fijamente. Se sintió seguido por felinos allá donde iba. Corría y huía, pero
los gatos estaban en todos los lados. Y entonces, vio a una mujer. La conocía,
él había escrito sobre ella, era la dama gata. Se abalanzó sobre ella con
intención de asfixiarla. Estaba convencido que si la mataba, ella perdería el
control y los felinos dejarían de perseguirle. Pero su intento fue frustrado
por un par de viandantes que lograron salvar a la dama gata, que aunque era
dama, no era gata. Él fue detenido e ingresado en prisión por asalto. Pero
cuando logró capturar a un gato que se paseaba por el patio de la prisión, lo
mató con tal crueldad y entre risas tan terribles, que fue internado en un
manicomio. Finalmente logró acabar de algún modo con su vida, aunque la manera
en que lo hizo no fue divulgada.
La vasija regresó, intacta, a casa del anciano. Éste
se lamentó por la suerte de su amigo, al que había visitado en el manicomio una
última vez y Él le contó sus vivencias. Cuando vio aparecer ante sí nuevamente
la vasija, decidió que moriría con ella y que pediría al duende que le
acompañase en la muerte. No se puede decir que el anciano tuviese mala vida en
su nuevo período junto a la vasija. Sabía tratar al duende, había convivido con
él mucho tiempo. No le tenía miedo, y hasta comprendía que el duende hubiese
hecho aquello que hizo. Mirando hacia atrás con una nueva perspectiva, pudo ver
la ambición de su amigo. Supuso que el duende quiso darle una lección, pero que
Él perdió la cordura y fue víctima de la maldición de la vasija. Aunque le
había avisado, el anciano siempre lamentó la suerte de su amigo y no podía
dejar de sentirse en cierto modo culpable. Pero por más que le pedía al duende
el perdón de Él, el espíritu se negaba a concedérselo.
Cuando murió, el anciano dejó por escrito su
voluntad de ser enterrado junto a la vasija. Escribió la historia sin revelar
nunca el nombre de su amigo. Sé que su voluntad se cumplió, porque vi cómo era
enterrado con ella. Yo tomé su historia y la transformé en mía porque, tras el
funeral, la vasija apareció ante mí. Sospecho que lo hizo porque por alguna
extraña razón, aún creo en hadas y duendes. Estoy siguiendo y seguiré las
indicaciones del anciano. Cuando me marche, si por casualidad no he entregado a
nadie la vasija, confío en que su nuevo dueño encuentre esta historia y sepa
manejarla correctamente. Quién sabe qué nuevas desdichas pueden ocurrir de lo
contrario…
Creo que esta versión sí tiene ya un toque de terror. Aquí también veo más definido al protagonista a través de sus diálogos. Algunos detalles añadidos me parecen muy buenos: cuando brinda con la vasija (este me ha encantado) o cuando se muestra histérico y la agita. El final queda ahora más desconcertante, abierto a lo que pueda suceder... eso da incertidumbre. Lo que sí he echado un poco en falta es cuando el duende pronuncia la maldición, pero me gusta el añadido de la risa insistente.
ResponderEliminarDecirte otra vez que esta historia me gusta mucho y bueno.. ya tienes 2 versiones, igualmente válidas, las dos son buenas. He disfrutado mucho con la lectura de ambas.
Un saludo!
En primer lugar gracias por tomarte la molestia de leer ambas versiones y de opinar. La maldición del espíritu del duende es algo que también me gustaba a mí. De hecho, puse una pequeña línea en la que hablaba, y luego iba a volver a hablar para la maldición. Sin embargo luego pensé que para el protagonista sería más inquietante una risita. Como curiosidad, lo de agitar la vasija no lo tenía en mente. Él iba a cogerla y romperla directamente. Pero entonces recordé lo de no agitar al duende y Él decidió agitarla para molestar al espíritu. Gracias a tu comentario sé que ha sido correcto incluir ese detalle. Nuevamente gracias.
ResponderEliminarUn beso.