30 ene 2014

Coronel

Llegó el jueves, y llegó la hora de subir el primer relato a la página.  Este relato es especial porque está inspirado en una canción de La Oreja de Van Gogh que me gusta bastante. La canción en cuestión se titula "Coronel" y está cantada por la antigua vocalista del grupo Amaia Montero. Me gustaría poder escucharla también con la voz de Leire, quizá algún día la rescaten y pueda ser así.

El relato lo escribí hace ya unos meses (allá por Septiembre de 2013), un día que estaba escuchando la canción y me dije: quiero escribir sobre ella, y así lo hice. La verdad es que no pensaba subirla, fue algo que escribí para mí. Pero revisando textos antiguos la vi y me decidí a subirla. El relato tiene diferencias con la canción, es más, quizá en opinión de alguno/a ni siquiera le haga honor, pero es lo que me inspiró la canción y por ello lo que escribí. Tampoco quiero alargarme demasiado contándoos mi vida, así que os dejo ya con el relato que es para lo que habéis venido hasta aquí.




Coronel

(Relato inspirado en la canción “Coronel” de la Oreja de Van Gogh)

Le sirvió otra bebida. El hombre la cogió y sonrió con una sonrisa llena de tristeza. La mujer sintió curiosidad ante aquel gesto. Mas prefirió no preguntar a qué se debía aquello. Eran muchos los soldados que acudían a aquella cantina, y muchas eran las historias que se escondían detrás de cada persona. Sin embargo el hombre clavó la mirada en la botella y moviéndola levemente lanzó una pregunta al aire. Una pregunta dirigida a la única persona que había en el local aparte de él.

–¿Crees que el honor y la victoria, valen más que las personas? ¿Acaso somos incapaces de aprender nada?

Seguía sujetando la botella, seguía mirándola, y seguía moviéndola, pero la camarera sabía que no la estaba prestando atención. Vio que las lágrimas empezaron a aflorar de sus ojos. Ella, que no sabía exactamente cuál era el trauma que le afligía, le acercó una servilleta para que se enjugase las lágrimas y después respondió a su pregunta con la voz más tierna que pudo.

–No, nada vale más que una persona.

El soldado levantó la vista y vio la sonrisa amigable de la camarera. Tomó la servilleta que le ofrecía y con un ligero asentimiento de cabeza, se limpió las lágrimas. Acto seguido se levantó, dejó unas monedas sobre la barra del bar y salió por la puerta sin haber llegado a probar un trago de la bebida que le había servido la mujer unos momentos antes.

Días después llegó la noticia de los mandos superiores. Daban la orden de retirada en aquel conflicto. La misión estaba a punto de terminar y él podría enfundar su arma durante un tiempo. El coronel se dirigió a sus tropas y les comunicó la orden. Les hizo saber además que los altos cargos estaban orgullosos de la buena labor que habían llevado a cabo en aquella región y se retiró.

Cuando regresó al país, bajó del avión y se quedó en la pista hasta que la mayoría de los militares se hubieron retirado. Tan sólo quedaban tres rezagados cuando él se disponía a salir del aeropuerto para regresar a su hogar. Entonces, camino al vehículo que le esperaba, un soldado que había estado bajo su mandato se acercó a él.

–¡Señor! –dijo llevando el costado de su mano a la frente – ¡Un placer servir a su lado!

El coronel sonrió, le puso la mano en el hombro y miró hacia las personas que momentos antes habían estado con él.

–Gracias soldado, ahora dirígete con tus seres queridos y disfruta de su compañía.
–¡Eso haré señor!

Se despidió de igual manera en que le había saludado y se reunió con sus familiares. El coronel montó en el coche y se dirigió hasta su casa. Contempló su colección de armas, sus fotos de orgulloso militar y entonces, en la intimidad del hogar, se puso a llorar en silencio. Con la esperanza de poder parar esas lágrimas, salió a la calle y miró al cielo.

–¿Por qué?

Preguntó al cielo, pero el cielo no le respondió, y la única respuesta que obtuvo fue de sí mismo. Los recuerdos acudieron a su mente como crueles puñaladas que se clavaron en su corazón. Volvió a ver aquellas imágenes, aquéllas que tanto le atormentaban interiormente.

Tras ese día el coronel decidió retirarse. No acudió siquiera al acto de condecoración que se había organizado pocos días después y en el que sabía que cierta medalla llevaba su nombre. Prefirió en su lugar declinar la oferta y retirarse del servicio militar. Su misión ya había acabado y era el momento de guardar las armas con la esperanza de no tener que volver a hacer uso de ellas.


Que haya subido hoy un relato, no quita que no toque nanorrelato o microrrelato (es nano, ya os lo digo yo)

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