La rosa
Entró
en la floristería. Quería comprar algo especial para un día tan singular. Era
consciente que posiblemente ella no se daría cuenta del significado de aquella
fecha. Dentro de un día, haría un año desde que fueron presentados por Claudia.
Él había conseguido quedar con ella a tomar algo, pero tenía un plan. Se
dirigió directamente a uno de los ramos que estaban dispuestos para que los
clientes cogiesen una flor. Tomó una rosa para ella: Si la aceptaba, sería la
flor más bella; sí la rechazaba, la más lastimera. Ése era su único
pensamiento. Con aquella rosa, pensaba declararse a la chica que tantos
sentimientos había despertado en él. La acompañaría de una carta que había
escrito para la ocasión y que cuidadosamente había guardado en un sobre. Y para
que ella no sospechase nada, metería ambas cosas en una caja de zapatos y la
envolvería como si de un regalo cualquiera se tratase. Había planeado todo
aquello, porque tenía esperanzas de que ella sintiese lo mismo.
Salió
de la tienda contento ante lo que se avecinaba. Cualquiera que le viese por la
calle podía saber que era feliz. Una pequeña sonrisa se dibujaba en su rostro
mientras se dirigía a su casa con una bolsa en la mano y una rosa en su
interior. Una rosa por un año de amistad, una rosa por lo que estaba por venir.
Preparó
el paquete con sumo cuidado. Primero introdujo la carta en el fondo de la caja,
como si se tratase de un tesoro oculto en el fondo del mar. Sobre él, depositó
la rosa, la guardiana que desvelaba la existencia de aquel tesoro. Y finalmente
la cerró y la envolvió con papel de regalo. Lo hizo con un papel de regalo
especial, un papel que no tenía un diseño sobrio, pero tampoco era demasiado
descarado con sus intenciones. No quería que ella supiese lo que se escondía en
aquella caja hasta que la abriese. Por ello escogió un motivo de nubes sobre un
fondo celeste.
Al
irse a dormir no pudo conciliar el sueño. Pensaba en ella, en su reacción.
Quiso ser optimista, tenía que ser optimista. Visualizó en su imaginación su
media sonrisa, aquella manera sonrisa picarona que ponía cuando era feliz. Sus
ojos color miel ligeramente rasgados. Su cabello del color de la madera del
ébano. Su melena que caía de su cabeza y se abría a la altura de los hombros,
cayendo la parte delantera hasta la sobre sus pechos. Deseaba besar aquellos
labios. Deseaba estar con ella con todas sus ganas. Deseaba compartir momentos
felices a su lado. Deseaba tantas cosas que hasta bien entrada la madrugada no
pudo conciliar el sueño.
Cuando
llegó el día, apenas pudo hacer otra cosa que pensar en aquel mágico momento
que tanto ansiaba. Se presentó minutos antes de la cita acordada. Escogió una
mesa y colocó debajo de ésta una bolsa con la preciada caja. Los nervios le
reconcomían por dentro hasta que llegó ella con algo de retraso. Al verla los
nervios desaparecieron de golpe y se levantó para darla dos besos y recibirla.
Luego, cuando se volvió a sentar, aquella inquieta sensación volvió a
asaltarle. De repente pensó en que todo podía ir mal. ¿Debería confesar sus
sentimientos? No estaba seguro. Aún estaba a tiempo de dar marchar atrás, de
hacer que aquel plan de amigos, fuese sólo eso, un plan de amigos. Por eso
había llevado la bolsa, porque interiormente sabía que llegaría el momento en
que querría echarse atrás. Sí, sería mejor retroceder, callar lo que sentía y
no perderla como amiga. Así al menos podría seguir viéndola. Eso es lo que haría.
–¿Y
esa bolsa? ¿Qué llevas ahí?
El
mundo se detuvo. Ella se había percatado de la existencia de la bolsa. ¿Qué iba
a responder? Podía ser sincero, o podía decir una mentira.
–No
es nada, una cosa que tengo que dar a una amiga –optó por contestar.
Ya
está, esperaba que aquella respuesta terminase la breve conversación sobre la
bolsa. Pero no fue así.
–Uyy,
¿y qué amiga? ¿La conozco?
<<Sí,
la conoces, eres tú, iba a ser una bonita manera de decirte que te quiero.>>
–No
–respondió él reprimiendo sus pensamientos.
Aprovechó
la presencia del camarero para interrumpir aquel diálogo y cambiar a otro que
no pusiese su mentira al descubierto. Y lo logró, durante el resto de la conversación
la bolsa, y lo que su interior ocultaba, no volvió a ser comentado.
Aquella
cita de amigos estaba llegando a su fin y él se lamentaba por dentro el haber
sido incapaz de confesar lo que sentía. Pero también se sentía extrañamente
orgulloso de haber podido cometer una equivocación. Y justo cuando ambos se
levantaron para despedirse, ella le miró fijamente. Aquellos ojos castaños,
marrones como la miel se clavaron en él.
–Me
gustas –le informó ella.
El
mundo se detuvo nuevamente. Ella acababa de romper todos sus esquemas. ¿Acaso
no debería haber sido él que se confesara? ¿No había sido él que había organizado
aquella cita para hacerlo? Sí, tendría que haber sido él, pero lo hizo ella.
¿Cómo iba a responderla? ¿La tenía que besar? ¿Tendría acaso que revelar la
existencia de la caja y lo que su interior contenía?
–Y
tú a mí –respondieron sus labios sin saber muy bien porqué.
Y
entonces pudo sentir su cabello de ébano tocando su cara cuando ella se acercó
para besar sus labios. Él respondió a aquel beso y luego se agachó para coger
la caja y entregarla a su destinataria.
–Era
para ti, ábrela.
La
chica abrió la caja y allí estaba aquella rosa. Él sabía que la aceptaría, pero
no pudo evitar recordar los pensamientos que pasaron por su mente cuando la
compró: “Si la aceptaba, sería la flor más bella; sí la rechazaba, la más lastimera.”
Ella sacó la rosa con cuidado y la olió, luego fue a coger la carta pero él
sujetó sus manos.
–La
rosa era para presentarte la carta y saber si debía dejarte leerla. Tenía miedo
de que me dijeses que no, por eso estaba dispuesto a llevármela si me devolvías
la rosa. Pero ahora puedes leerla, ahí te cuento cómo me enamoré de ti.
Muy romántico, felicitaciones. :)
ResponderEliminarGracias por el comentario Inna :) .
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