Ayer, a estas horas, me enteré de la muerte de Ana María Matute. No llegué a leer nada de ella mientras vivía, pero siempre era un nombre de esos que me sonaban. Me puse a investigar un poco sobre ella, y sobre lo que había escrito. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que escribía fantasía, y no sólo eso, ¡si no que también lo hacía sobre seres mitológicos españoles! Vi que escribía fábulas, y también me enteré de la existencia de cierta novela (Olvidado rey gudú), que espero leer algún día. No pude menos que lamentarme por no haber conocido más de ella antes. Y al igual que hice un
tributo a Gabriel García Márquez , no puedo evitar hacérselo a esta mujer, pues aunque no la haya leído, me he sentido identificado con ella. Yo también he escrito sobre mitología española, más que nada en mis nanorrelatos (
La xana descuidada ,
El alicornio o
Ventolinos , por San Valentín ). También he escrito una novela, aunque ésa no ha sido publicada (parte fue publicada en una web anterior, pero no llegué a publicarla entera). Es por eso por lo que me siento identificado con esta mujer y por lo que el homenaje que la voy a hacer, será diferente que el que hice de Márquez. Esta vez el homenaje es una fábula escrita por mí con seres de la mitología española. Espero que os guste este homenaje, y si no habéis leído nada de esta mujer, que os animéis a leerlo, porque yo es lo que voy a hacer.
Había un duendecillo muy
vivaracho y sin miedo a nada. Oyó hablar cierto día de una criatura llamada
cuegle. Esta criatura vivía en una cueva apartada del resto de seres. Tan sólo
salía por la noche para buscar de lo que alimentarse. Contaba con tres ojos y con
un cuerno en la cabeza. Además, tenía tres poderosos brazos, con sus tres
manos, pero ningún dedo en ellos. El duende, que quería divertirse a costa del
cuegle, fue a su cueva a buscarle. Y allí le encontró, durmiendo, pues aún era
de día. Empezó a molestarle hasta que se despertó. El duende se burló de él por
no tener dedos en las manos. El cuegle respondió golpeándolo con uno de sus
brazos. El burlón, pequeño como era, salió volando, con tal mala suerte que
chocó contra una pared. Tal fue el golpe que se dio, que aquel día su vida
llegó a su fin. Para el cuegle aquello significaba que no tendría que salir a
cazar, pues la comida había venido hasta él.
A veces, cuando uno va a
burlarse de los defectos ajenos, no tiene en cuenta sus fortalezas, y éstas pueden
volverse en su contra.
Eso ha sido todo por hoy.
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