Por cierto, el nombre del mono se lo he puesto por cierto simio que aparece en un juego sobre piratas. El de su cuidador por el valiente que me ha proporcionado los tres elementos (¡para que luego digan que no soy agradecido!).
¡Ahhhh! Esta semana no hay historia de Gálivich, iba a subir otra parte, pero quería que el relato fuese de una temática diferente, para no dedicarme exclusivamente a ese tema. Ya estoy organizándome para intentar continuarla en condiciones, pero necesito tiempo jeje.
Venga, os dejo ya con el relato que sé que algún que otro lo querrá leer. Espero que os guste.
Un paladín particular
La gente del pueblo pasaba al lado del circo, que
acababa de llegar a la ciudad. El espectáculo contaba con animales y éstos podían
ser vistos por los transeúntes que se acercasen al descampado donde estaba
montada la carpa principal. Unas cuantas caravanas hacían las veces de hogar
para los integrantes humanos, el resto habitaba en jaulas.
Jojo miraba al grupo de personas que se congregaba
en torno a su residencia. ¿Cuánto tardarían en echarle algo de comer? Estaba expectante
a ver qué caía esta vez. Unas veces le lanzaban pan, otras cacahuetes, otras
palomitas, le echaban comida del más diverso tipo. Y en alguna ocasión, algún desaprensivo
le tiraba piedras desde el exterior de las rejas. Pero por suerte siempre
acudía su cuidador Alan y le protegía del agresor. Se acercó un niño, hacia él.
Llevaba en la mano un polo de limón. Como él había muchos niños más, algunos
con helados, otros sin él, pero aquel chico era especial. Introdujo el helado
por entre las rejas y todos se congregaron a ver qué ocurría. Jojo, que era muy
confiado con los infantes se acercó y con un rápido movimiento, arrancó el
helado de la mano de su dueño. El niño se asustó y se echó a llorar. Algunos se
reían mientras sus padres acudían prestos a calmar a su hijo. Pero a Jojo
aquello poco le importaba. Se alejó un poco de las rejas, y tranquilamente olió
el botín que acababa de obtener. Era un olor interesante, llamativo. Su mano, pegajosa debido al deshielo olía
también como su tesoro. Lamió su mano y le gustó. Acto seguido fue a por el
helado, le dio un mordisco y se lo tragó. Se retorció ante el escalofrío que
acababa de experimentar. Los niños rieron ante su gesto, incluso la víctima del
robo rio. Jojo volvió a darle otro bocado y volvió a sentir aquel escalofrío.
Alan acudió a ver qué pasaba y a qué se debía el alboroto de momentos antes. Tras
informarse de la situación, le aconsejó al niño que no volviese acercarse a la
jaula con comida, ya que Jojo no dudaba a la hora de hacerse con la comida que
estuviese a su alcance. Jojo sonrió al ver a su cuidador y se acercó a los
barrotes para que éste le prestase atención. Éste le acarició la cabeza y le
entregó una pieza de fruta que llevaba en una bandolera que colgaba de su
hombro izquierdo.
Cuando se hizo de noche el lugar se quedó vacío. Tan
sólo un vigilante del circo permanecía despierto y velaba por la seguridad del
recinto. Pero un guarda era poca cosa para los bandidos que acechaban en la
oscuridad. Traían con ellos, piedras del tamaño de un puño, y habían
seleccionado a su víctima. Había varios animales, pero finalmente resolvieron
ir a por Jojo. Les había parecido la víctima más divertida para su macabro
juego.
El mono se encontraba durmiendo en el centro de la
jaula, cuando un ruido cerca de él le despertó. Cuando quiso reaccionar dos
piedras impactaron en su cuerpo. Jojo chilló, y los criminales rieron y
lanzaron más piedras. Alarmado por el ruido, el vigilante acudió a ver qué
sucedía. Cuando la luz de la linterna asomó, tres jóvenes echaron a correr para
alejarse del lugar. Alan dio la voz de alarma y se dispuso a perseguir al
grupo. Cuando uno de los chicos se percató de que estaban siendo perseguidos, avisó
al resto. Lanzaron tres piedras hacia el asaltante, sólo una logró darle, y lo
hizo en un brazo. Sintió el dolor, pero no se detuvo, quería echar el guante a
alguno de ellos y hacerles pagar por lo que le habían hecho a Jojo. Al ver que el
vigilante les pisaba los talones, se separaron. El guarda fue a por uno de
ellos instintivamente, no se detuvo a pensar a quién iba a seguir, simplemente
siguió corriendo tras una presa. Y finalmente logró atrapar a uno de aquellos
criminales. No tardaron en llegar a su encuentro sus compañeros del circo.
Las sirenas de policía iluminaban el descampado
donde se asentaba la carpa principal. Un malherido Alan se sujetaba el brazo
mientras daba parte a la policía sobre lo sucedido lo más rápido que podía. El
joven que había lanzado piedras ya estaba dentro del vehículo y Alan era
invitado a acompañar a los agentes para dar parte en comisaría. El guarda de
aquella noche se negó y dijo que primero quería ver cómo se encontraba Jojo. Se
acercó a la jaula del mono y vio como otro de los cuidadores ya estaba con él.
—No es nada grave, está bien. En una semana no
tendrá ni herida.
—Malditos desgraciados. No les oí venir.
—Al menos lograste a atrapar a uno.
—Sí, pero los golpes de Jojo no los voy a borrar.
—¿Y tu brazo cómo está?
—Me duele, pero estaré bien. Eso sí, te tendrás que
ocupar tú del resto hasta que mejore.
—Sin problemas.
—Voy a comisaría que me están esperando. Luego
pasaré por el hospital.
—Está bien, cuídate.
Alan montó en el coche del agente que le esperaba.
El vehículo arrancó y el particular paladín se dirigió para denunciar a los
agresores del pobre Jojo.
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